lunes, 23 de septiembre de 2013

Navegare..

Hace tiempo me enteré de algo interesantísimo: se puede viajar como pasajero en algunos buques mercantes que ofrecen esa posibilidad.

Ayer por la tarde estuve investigando un poco más sobre este asunto, y resumo ahora a mis lectores lo que averigüé, por si se animan a emprender esta aventura. ¡Yo ya estoy animado, casi con el billete en la mano!

Algunas compañías navieras permiten que ciudadanos corrientes y molientes puedan viajar en sus barcos mercantes, con excepción de los que transportan mercancías peligrosas (p.ej. petroleros). Viajar como pasajeros, por supuesto, sin tener que deslomarse fregando la cubierta ni lavando platos.

Cada barco no transporta más de once pasajeros, pues a partir de doce deben llevar un médico a bordo y prefieren evitar ese gasto. No se admiten personas mayores de ochenta años, ni niños pequeños, ni con problemas graves de salud.

El precio del pasaje incluye un camarote propio (por lo general se trata de camarotes amplios y exteriores), más el servicio de un asistente que se encarga de la limpieza del mismo, más la alimentación. Las comidas se realizan con el resto de la tripulación, a las horas establecidas.

El pasajero debe procurarse la documentación o visados que sean necesarios para los países donde fondee el barco. Si alguien quiere bajar del barco en alguna escala puede hacerlo (si el país en cuestión lo permite), pero debe tener en cuenta que las operaciones de carga y descarga suelen ser bastante rápidas, y además debe buscarse la vida para llegar desde el puerto comercial hasta la ciudad que quiera visitar (lo que puede no ser fácil). No da la cosa para hacer mucho turismo, por lo tanto.

He localizado una empresa británica dedicada a estos menesteres, que se llama Strand Voyages. Para acceder a su página web y conocer todos los demás detalles del servicio, hay que pinchar ¡aquí!

He estado curioseando algunos trayectos posibles y precios en esa página, jeje.. Busqué, en primer lugar, trayectos que pudieran interesar especialmente a los lectores extranjeros de este blog, y lamento decir que no encontré disponibilidad de viajes entre España y México, Costa Rica, Colombia o Chile. Pero sí existe la posibilidad de viajar entre España y Argentina. El trayecto es el siguiente: el barco sale de Valencia, tiene escala en los puertos brasileños de Suape, Rio de Janeiro y Santos, y llega a Buenos Aires. La duración del viaje es de sólo 18 días, y el precio asciende a 2.195 libras (que al cambio actual de 1 Libra / 1,188 Euro, resultan 2.607,66 Euros). Sip, es más caro que el avión.

Si queremos viajar a China desde España, por ejemplo, tenemos un barco que sale de Valencia, y hace escalas en Barcelona, Fos-sur-Mer (Francia), Malta, Port Said (Egipto), y tras cruzar el canal de Suez pasa por Omán, Emiratos Árabes, Malasia, Singapur, Corea del Sur, y Shanghai. El viaje entre Valencia y Shanghai dura 45 días (hay que llevarse una buena provisión de libros) y cuesta 4.550 libras (5.405,40 Euros).

Desde España no hay barco a Nueva Zelanda, nuestras antípodas, pero basta con acercarse a Londres (concretamente al puerto de Tilbury), sea en avión o en barco mercante (ahora que ya estamos lanzados viajaremos siempre en mercante, of course). Atención al viaje en este caso: Londres, Rotterdam, Dunquerque, Le Havre, Nueva York, Savannah (Georgia, USA), Kingston (Jamaica), Cartagena (Colombia), canal de Panamá, Papeete (Tahiti), Lautoka (Fidji), Noumea (Nueva Caledonia), Sydney y Melbourne en Australia, y Tauranga (Nueva Zelanda). Duración 54 días, precio 7.116,12 Eurazos.

A mi todo esto me parece muy interesante.. espero que a los lectores no os resulte un poco.. ejem.. ¡frikada! :-D

lunes, 9 de septiembre de 2013

Volare...


Desde hace una semana estamos de vuelta de Costa Rica. Próximamente subiré una entrada con fotos y (quizás) vídeos de allí, pero mientras reúno el valor suficiente como para lidiar con el editor de blogger en lo que a imágenes se refiere, va esta sencilla entradita introductoria con texto y una sola foto, que no habría de ocasionarme mayores quebraderos de cabeza.

Para viajar a Costa Rica pensamos inicialmente coger el vuelo directo de Iberia Madrid – San José. Pero en la época en que compramos los billetes se escuchaban rumores de huelga por el enésimo conflicto laboral de la compañía, por lo que buscamos alternativas para evitar quedarnos en tierra en el último momento; y encontramos la posibilidad de viajar con American Airlines vía Estados Unidos (a la ida con escala en Miami, y a la vuelta con escala en Dallas). Y a mitad de precio. Total, que nos fuimos con American.

El viaje a Estados Unidos tiene una mala fama injustificada. En el control de pasaportes se suele esperar un poco más de la cuenta por la cantidad de gente que hay, pero no porque el trámite sea tan temible como dicen. Te hacen una foto y te toman las huellas digitales, eso es todo.

Se ha perdido aquel cuestionario tan divertido que tenías que rellenar al aterrizar en Estados Unidos… aquellas preguntas tan entrañables sobre si pensabas asesinar al Presidente, o si habías sido un nazi feroz, o si te dedicabas al exterminio de poblaciones. Supongo que con el tiempo descubrirían que nadie marcaba nunca la casilla de SÍ, aunque fuese la correcta. Ahora hay que realizar un sencillo trámite por internet previo al viaje (la autorización de viaje “ESTA”), que ha puesto fin a ese antiguo interrogatorio tan comprometido...

Como dijo algún cómico, cuyo nombre no recuerdo, lo que resulta increíble de los aviones no es que esos cacharros puedan volar con todo lo que pesan, sino el número de personas que pueden llegar a meter en su interior. También he leído en algún sitio que el transporte de viajeros en avión incumple la normativa de la Unión Europea sobre las condiciones para el transporte de ganado vivo, y me lo creo.

Paradójicamente, no sólo no se obliga a nadie a introducirse en ese infame micro-espacio, sino que para poder acceder a tan codiciado privilegio el sujeto interesado debe antes superar una difícil prueba: el paso por el humilladero.

El sujeto en cuestión –inocente pretendiente a viajero- debe conseguir atravesar un detector de metales particularmente bien afinado, sin que un pitido acusador le denuncie como indigno de subir a un transporte ilegal de ganado. Para ello, no puede portar el menor rastro de metal que pudiera identificar su condición humana. El sujeto debe introducir TODAS sus pertenencias (las pocas que -por otra parte- tiene permitido llevar consigo en el avión) en una gran bandeja de plástico. Esto incluye nimiedades tales como moneditas, relojes, teléfonos, zapatos, o cinturones.

La prueba no sólo consiste en superar el detector de metales, sino también en ser capaz de hacer una cola y desplazarse unos cuantos metros caminando descalzo, agarrando con una mano una pesada e incómoda bandeja de plástico, y sujetándose los pantalones con la otra. La fila de penitentes ofrece una imagen chocante; y en el caso de algunos viajeros, verdaderamente lamentable.

Este paso por el humilladero debe cumplir una función muy bien estudiada, pienso: quebrar de antemano la dignidad de la persona, para que no monte en cólera al descubrir el espacio físico donde piensan dejarle encerrado durante toda la travesía del Atlántico.

El humilladero de Dallas disponía de la última tecnología en la materia. El chisme (desconozco su nombre, por lo que lo llamaré “analizador convectivo de positrones”, que suena muy moderno) que te revisa por dentro hasta los higadillos. Te metes en la máquina, alzas los brazos, y en tres segundos tienes incorporada para siempre a tu ficha cibernética la información sobre tu operación de apendicitis, tus clavos en el omóplato, el tatuaje que te hiciste aquélla noche loca de borrachera, y vaya usted a saber cuántas intimidades más.

Claro que, a cambio de todo lo anterior, puedes volar..