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sábado, 28 de febrero de 2009

Velázquez: "Retrato del Papa Inocencio X"

Vi ayer en el blog de Civilis la foto de un cardenal que me recordó este cuadro que comento hoy aquí, uno de mis favoritos: el retrato que le hizo Velázquez al Papa Inocencio X. Es uno de los pocos cuadros de Velázquez que no están expuestos en el Museo del Prado, por lo que en España no es de los más conocidos.

Pienso que la diferencia entre un buen pintor y un auténtico genio (como lo era Velázquez), estriba en que el primero es capaz de reflejar perfectamente la realidad material, y el segundo puede, además, pintar la realidad inmaterial. O, dicho de otro modo, el genio es capaz de descubrir en la materia los tenues indicios de lo inmaterial, y trasladarlos después al cuadro para que, dentro de éste e igualmente invisibles a los ojos comunes, cumplan su función de transmitir lo que carece de sustancia material. El genio hace el pequeño milagro de asir lo inasible. Me refiero a aspectos tales como la luz, los reflejos, el movimiento, los pensamientos de un personaje, o el mismísimo aire…

En el caso de este cuadro, el retrato no se limita a las facciones del personaje, sino que abarca también su actitud psicológica. Según cuenta la historia, el Papa no estaba muy convencido de dejarse pintar por Velázquez; y esa actitud de desconfianza, de duda, de prevención, que sentía el personaje el día en que tomó asiento para que le hicieran el retrato, ha quedado estampada para la posteridad en el cuadro de Velázquez. Al ver el cuadro terminado, el Papa quedó desconcertado y exclamó: “Troppo vero”. Efectivamente, demasiado veraz.

martes, 6 de mayo de 2008

Galería de los Uffizi en CaixaForum de Madrid

Sandro Boticelli. Virgen de la Galería


En el nuevo centro CaixaForum de Madrid (situado en el Paseo del Prado, frente al Jardín Botánico) exponen algunas obras procedentes de la Galería de los Uffizi en Florencia, bajo el título “El pan de los ángeles. De Botticelli a Luca Giordano”.

La exposición se plantea en torno al tema “el sacrificio del hijo de Dios que redime a los hombres del pecado original”. En la primera sala nos presentan tres tapices relacionados con el misterio de la transustanciación –del cuerpo de Cristo en pan-, y en un panel nos explican algunos episodios de la historia sagrada que los organizadores consideran vinculados al tema central de la exposición. El resto de obras son cuadros (unos 25, no serán más), distribuidos en cuatro o cinco salas y agrupados según los episodios bíblicos que representan -no según sus estilos artísticos-.

Nos encontramos, por tanto, ante una exposición más centrada en los contenidos que en los soportes, más en la teología que en el arte. No es que me parezca un planteamiento equivocado en si mismo (de hecho, responde estrictamente a la finalidad didáctica que tenían las obras en el tiempo en que fueron realizadas, como medio de enseñar la historia sagrada a una población mayoritariamente analfabeta), pero pienso que no responde al gusto de las personas que visitan hoy en día la exposición, seguramente interesadas en el arte y no en la teología.

Además, la preocupación por el contenido resulta ser más aparente que real; en el panel inicial se mencionan algunos paralelismos entre episodios bíblicos que no se comprenden sin una explicación adicional, que no se ofrece; por ejemplo, se relaciona el sacrificio –frustrado- de Isaac por su padre Abraham, con el sacrificio de Cristo en la cruz. Según me enseñaron en el colegio, Abraham actuaba por orden de Dios, que le estaba probando: ¿qué relación posible tiene un sacrificio obligatorio, ordenado por un ser superior, con un sacrificio que hace de forma voluntaria un ser superior por unos seres inferiores?.

Con todo, la exposición tiene interés por dos motivos:

1º.- Porque permite ver con claridad ese tipo de cuadro que habitualmente encontramos en las iglesias, y que por lo general sólo percibimos como unas manchas negras en las paredes por la altura a la que están colocados, la escasa iluminación del recinto y la roña centenaria que acumulan.

2º.- Porque en unos pocos cuadros se puede apreciar con mucha claridad la evolución de la pintura en tres siglos (XV - XVII), aunque para ello nos tengamos que montar la exposición nosotros solos.

El más antiguo es un cuadrito pequeño de estilo gótico internacional, de inconfundible fondo dorado (fechado, si no recuerdo mal, en 1395-1400). Luego tenemos cuadros del Quatroccento (por ejemplo, el de Boticelli que he puesto al principio, que sirve para representar la exposición). De principios del siglo XVI hay un par de cuadros curiosos, pintados por italianos pero en un estilo flamenco del siglo anterior. Ya de pleno siglo XVI tenemos cuadros que siguen el canon hercúleo típico de Miguel Angel (hay una Cena en Emaus que parece más bien una comilona de vigoréxicos), también cuadros manieristas, para terminar en el s. XVII con el barroco de Lucas Jordán.

Hasta el día 25 de mayo de 2008 (prorrogada hasta el 8 de junio). Entrada gratuita.

Lucas Jordán. Subida al Calvario