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sábado, 28 de agosto de 2010

Dos fronteras perdidas

Aquí traigo imágenes frescas de dos fronteras perdidas entre España y Portugal.

Digo lo de “perdidas” en un doble sentido: porque están muy alejadas de los caminos principales, y porque, como es sabido, los puestos fronterizos dentro de la Unión Europea han sido abandonados.

La primera frontera de la que hablaré es muy curiosa. Un pájaro que sobrevuele el lugar verá sólo un pequeño pueblo situado en un valle escondido, muy distante de cualquier otro núcleo urbano. Pero administrativamente son dos pueblos distintos, separados por una frontera internacional: uno español, llamado “Riohonor de Castilla”, y otro portugués, llamado “Rio de Onor”.

Desde el lado español se llega a esta frontera por una carretera secundaria que parte de Puebla de Sanabria, en la provincia de Zamora. Son quince kilómetros de carretera estrecha y sinuosa, por la que apenas circula nadie.

Esta es la frontera. La primera foto está tomada desde el lado español; y la segunda, unos pasos más adelante, desde el lado portugués. El límite entre países lo debe marcar la línea imaginaria entre el mojón (con perdón) blanco, y el árbol:


Estas son algunas fotos más del pueblo, ya que estamos en él. La primera es una imagen de conjunto (a la izquierda, casas portuguesas, y a la derecha casas españolas). Las dos fotos que van a continuación son de la parte española, y las dos últimas de la portuguesa:






Vamos ahora con la segunda frontera, de la cual ¡habemus video! Desde España se accede a ella atravesando unas tierras de pantanos y viñedos que forman parte de la denominación de origen de vino de Ribeiro. En el lado español, la frontera se encuentra en el pueblo de Ponte Barxas, provincia de Orense.

Le pedí a la copilota que grabase el paso por la frontera, y este es el resultado:

sábado, 19 de julio de 2008

Lisboa

Aquí pongo algunas fotos de Lisboa, tomadas la pasada Semana Santa:


La imagen de los tranvías, llamativa para los visitantes y ya invisible para los locales.


Placita en el centro. A la derecha, parejas de españoles como nosotros, buscando el camino en los mapas. A la izquierda, portugueses con su camino claro.


Salida de la catedral, donde se había celebrado ese día algún tipo de congreso eucarístico. Los asistentes se marchan en tropel, concentrados todavía en lo que han escuchado, mientras los transeúntes tratan de esquivarles y no ser presa de los tranvías.


Casa natal de Fernando Pessoa


Vista del Atlántico tomada en una calle de Ericeira, un pueblo cercano a Lisboa.



Vista del Puente del 25 de Abril sobre el río Tajo, desde el barrio de Almada, a la puesta del sol.

viernes, 2 de mayo de 2008

Oporto (y II)

Lo prometido es deuda, aquí vengo a contar una escapada a Oporto. Me temo que voy a tener problemas, pues no había advertido la dificultad de meter todo lo que me ronda la cabeza en un viaje de fin de semana, ni me había percatado de que casi no tengo fotos digitales que me permitan ilustrar la entrada (tendré que localizar algunas fotos en internet, y tirar de otras que tengo hechas con móvil, de poca calidad).

Bien, la visita empieza llegando en avión el sábado alrededor de las 9 de la mañana. Lo primero que habría que hacer es coger un taxi e ir al hotel elegido para dejar el equipaje que llevemos. No conozco hoteles en Oporto, pero esa información se puede conseguir fácilmente en internet a través de las múltipes páginas de viajes y reservas. En Semana Santa estuvimos en Lisboa (otra vuelta que vale la pena), reservamos hotel a través de la página http://www.muchoviaje.com/, y no tuvimos ningún problema. Lo que sí convendría es elegir un hotel céntrico. Veo en esa página un hotel en la Praça da Batalha -Mercure-, que tiene una ubicación estupenda, además de página propia para reservas (sólo es una idea, ni siquiera una recomendación, pues no le conozco de nada). En el hotel no nos darán la habitación a esas horas, habrá que pedir que nos permitan dejar nuestras cosas en el habitáculo ese que tienen.
Los taxis no son caros (del aeropuerto al centro, que es el trayecto más largo que se hará, costará unos 12 euros). También hay un metro desde hace unos años, curioso pero algo lento. El sistema tarifario es un poco lioso y complica la compra de los billetes a la gente de fuera, pero vamos, con un poco de paciencia todo se consigue (si alguien quiere detalles que me pregunte, no quiero alargar la entrada más de la cuenta).

Pues nada, dejado el equipaje comenzamos la visita por el centro. Conviene llevar una pequeña guía con mapa para no perderse y seleccionar los sitios para ver. El mejor lugar que conozco para comprar guías: la librería “De Viaje” en Serrano, tienen de todo.

Se puede empezar por la Rua Santa Catarina (principal calle comercial, que sale de la Praça da Batalha. Los cafeteros, que hagan una parada en el café Majestic de esa calle), bajando luego a la Avenida de los Aliados y Praça da Liberdade (idéntica a la Plaza de San Wenceslao en Praga), y entrando de camino en el mercado do Bolhao (me encantan los mercados, y más éstos antiguos donde siguen vendiendo animales vivos –pollitos para cría, gallinas, pavos y conejos…-).
Luego habría que echar un vistazo a la Estación de tren de Sao Bento (preciosa), para subir después a la Catedral, disfrutar de las vistas de esa zona, y bajar finalmente al rio (la Ribeira) callejeando por allí.
En la Ribeira habrá llegado el momento de comer (atención que en Portugal comen muy pronto, a la 1 habría que tener ya localizado el sitio donde queramos hacerlo). En esa zona hay varios restaurantes. Lo más típico es el bacalao a la brasa, pero hay de todo (diré de paso que el plato tradicional de Oporto resultan ser ¡los callos!, de hecho los locales reciben por ese motivo el apelativo de “tripeiros”).
Después de comer podemos cruzar el río andando por el tablero inferior del puente de Dom Luiz I, para llegar a la orilla opuesta, al pueblo de Vila Nova de Gaia -en primer plano en la foto de arriba-, lugar donde están las bodegas de vino de Oporto (los viñedos están en el interior del país, traen el vino a estas bodegas para envejecerlo en barricas y exportarlo). En la misma orilla del río se encuentran varias de las más conocidas (Sandeman, Ramos Pinto…). De las que están más alejadas, la más bonita es la Taylor´s, pero para verla hay que subir bastante (los aventureros, que cojan el autobús 32, que deja cerca). Interesa visitar varias porque cada una tiene su gracia. Es característica la cogorza con la que puedes terminar después de dos o tres visitas probando “buenos caldos.”
Para los que compren vino, que tengan en cuenta que lo tendrán que facturar. En el aeropuerto hay posibilidad de comprar vino después de pasar los controles, saldrá más caro pero lo puedes llevar contigo en cabina y evitar la facturación.

Otra posibilidad para la tarde (quizás compatible con una visita rápida a las bodegas) es hacer un pequeño crucero por el río, hay uno que pasa por debajo de los puentes y dura una hora o así. Eso sí, para hacer las dos cosas habría que llevar estudiados los horarios del barco y de las bodegas con antelación.

Para cenar hay sitios en la propia orilla de Vila Nova de Gaia, cerca de las bodegas. En la Taylor´s hay un buen restaurante (la bodega tiene página web, pero no puedo poner el link por problemas técnicos).

Al día siguiente, domingo, el centro estará vacío, los comercios cerrados y la gente en las playas (en temporada y con buen tiempo, claro). Habrá que dejar otra vez el equipaje en consigna antes de salir. Se puede hacer un paseo muy bonito por la orilla del río Duero, llegar a la desembocadura (la “foz”), y luego seguir bordeando el mar hacia el norte hasta una pequeña fortificación (“Castelo do Queijo”).


El trayecto hasta la desembocadura es largo, así que ya tenemos un motivo (por si hiciera falta alguno) para coger ¡el tranvía! Hasta hace unos años todavía circulaban esos amarillos, antiguos, espero que hayan tenido la cabeza suficiente para conservarlos.
Habría que hacer lo siguiente: caminar desde el hotel hasta la iglesia de los Clérigos (con famosa torre que se puede visitar, aunque creo que las escaleras son estrechísimas). Detrás hay una placita (“Carmo”), donde se coge el tranvía nº 18 hasta la orilla del río (no hay pérdida, se hace el trayecto completo). En la orilla cogemos otro tranvía, en nº 1, hasta la desembocadura. Allí echamos pie a tierra y seguimos nuestro camino, por la línea de la costa, hasta el Castelo do Queijo, a lo largo de una avenida rodeada de jardines en el lado del mar, y de antiguas mansiones en el lado del interior. Junto al castillo permaneció muchos años, varado en las rocas y apuntando hacia el cielo, la proa de un petrolero que allí naufragó en uno de tantos temporales. Era bonito de ver, pero ya lo quitaron.

A estas alturas del día nos estará apretando la gazuza, así que toca comer. Recomiendo ir a una zona de restaurantes que está junto al puerto marítimo de Leixoes, en un pueblo llamado Matosinhos que comienza poco más allá del Castelo do Queijo. Desde el castillo esa zona de restaurantes no queda muy lejos (30/40 minutos andando), pero si ya venimos apalizados será mejor pillar un taxi. Hay que pedir que te lleven a los restaurantes de la Rua Herois de França. Se come bien y barato, sobre todo pescados a la brasa (sardinas particularmente). Al parecer es una zona muy conocida por la gente de Vigo, que lo tienen al lado.

Después de una buena zampa, tocará volver un rato al centro a despedirse, ir al hotel a recoger las cosas, y dirigirse al aeropuerto. A la noche ya estaremos en casa, con la sensación de que ha sido todo un sueño y listos para atender de nuevo a nuestros clientes con alegría…

domingo, 27 de abril de 2008

Oporto (I)


El pasado fin de semana estuvimos en Oporto. Salimos el sábado a primera hora de la mañana, y nos volvimos el domingo por la noche, todo en avión.

En una próxima entrada explicaré cómo se puede organizar una buena escapada a Oporto. Pero me apetecía hablar antes de los cambios que se han producido en la forma de llegar allí desde que era un niño (años 70 y principios de los 80). Seguramente no sean unos cambios tan espectaculares como yo los percibo, si tenemos en cuenta que han pasado ya más de 30 años…y deba sorprenderme más bien por lo rápido que ha pasado el tiempo.

A Oporto he ido muchas veces para ver a mi familia de allí, una vez al año más o menos. De niño no había vuelo directo, por lo que hacíamos el trayecto en coche o en tren. Nunca fuimos en autobús, posiblemente no existía entonces ese servicio.

En esa época viajábamos desde Madrid o Valladolid. Tanto en coche como en tren, el viaje era una especie de aventura.

En coche (el típico trasto de la época, aquí he puesto uno igual que el nuestro, un Renault 6), el trayecto comenzaba con una buena kilometrada hasta la frontera, por aquellas carreteras de la época. Esa parte del camino venía a ser como el tercio de varas en los toros, un tramo concebido para que se te bajaran los humos y perdieses todo el ánimo con el que habías iniciado el viaje.

Tras cruzar la frontera comenzaba una sucesión interminable de curvas durante los 200 Km que tiene de ancho Portugal, hasta llegar a la carretera de la costa. Esto vendría a ser como la faena de muleta, venga vuelta y venga vuelta, para marearte bien.

A la carretera de la costa (Lisboa-Oporto) llegábamos siempre de noche y casi siempre lloviendo, sólo para ocupar nuestra posición en una fila compacta de coches y recorrer, así atascados, los 80 Km que todavía faltaban para llegar a la casa de mis abuelos. Esta parte del viaje era la estocada final y el descabello, todo junto.

El tren, en cambio, eso era otra cosa. El viaje era igual de pesado, pero no tenía comparación posible con el coche, era mucho más divertido. Como parte del trayecto lo hacíamos en trenes nocturnos, era necesario encontrarse despierto y activo en algún momento de la noche para subir o bajar del tren, en esas horas de la madrugada prohibidas a los niños. Lo que me resultaba fascinante, como es natural.

Desde Madrid había que coger el tren a Lisboa, el “Lusitania”, que salía a las 10 u 11 de la noche. Desde Valladolid cogíamos en plena madrugada el “Sud-Express”, un tren que circula entre París y Lisboa que tiene mucha raigambre en Portugal, al ser muy utilizado por los numerosos emigrantes portugueses en Francia. En ambos casos había que llegar hasta una estación situada en la línea férrea de la costa (Entroncamento con el “Lusitania”, Pampilhosa con el “Sud-Express”), bajarse del tren a horas intempestivas (poco antes del amanecer, o amaneciendo), y esperar al primer tren diurno hacia Oporto.

Nuestro viaje terminaba casi siempre en la estación anterior a Oporto, Vila Nova de Gaia, que era nuestro destino. Pero otras veces el tren no hacía parada allí y había que llegar hasta el mismo Oporto, 10 Km más adelante. Para mí era una gran alegría, pues en ese corto trayecto adicional el tren tenía que atravesar el puente de Maria Pia sobre el Duero. Es un puente del siglo XIX, obra de Eiffel (el de la torre), actualmente en desuso, que en aquélla época debía amenazar ruina o al menos tener algún problema estructural de cierta entidad, pues el tren le atravesaba con sumo cuidado, traqueteando despacísimo, a la velocidad de una persona andando. Circulando a gran altura sobre el río, se percibía entre los viajeros una vaga sensación de peligro que resultaba de lo más emocionante para un niño.



Este es el puente en cuestión. Lo que circula en encima es un TAF de los años 50, no un tren de los 70. Fijaos en la altura del puente.






La situación actual se refleja en esta foto: en primer plano el puente de Maria Pia, junto con el puente ferroviario moderno –blanco- que han construido para sustituirlo. Al fondo el puente de Dom Luiz I, el mismo que he puesto en el encabezamiento de la entrada.




Hasta aquí la historia del viaje. Pasemos a la actualidad.

Hoy en día el viaje en tren no debe haber cambiado demasiado –seguimos aquí en la edad pre-AVE-, pero con el resto de medios de transporte la situación ha mejorado sustancialmente. En coche (y autobus, que ya lo hay) tienes autopista la mayor parte del camino.

Pero la gran diferencia está en el avión, único medio que te permite hacer la escapada de fin de semana que se propondrá otro día. Vuelan Iberia, Tap, y Ryanair. Esta última suele tener los mejores precios y los peores horarios. Nosotros hemos ido un par de veces a pasar un fin de semana de esta forma, y las dos veces hemos utilizado Iberia. Tiene un vuelo muy cómodo que sale el sábado a las 9 de la mañana (pronto, pero sin brutalidades), que por el cambio horario llega a la misma hora local. Para la vuelta hay un vuelo el domingo que sale de Oporto a las 8:30 de la tarde, y llega a las 10:30 de aquí (tarde, pero sin brutalidades). La ida y vuelta sale por 90 euros aproximadamente.

Esta es la forma de hacer el viaje amigos... el próximo día, le daremos contenido al asunto.