Los taxis no son caros (del aeropuerto al centro, que es el trayecto más largo que se hará, costará unos 12 euros). También hay un metro desde hace unos años, curioso pero algo lento. El sistema tarifario es un poco lioso y complica la compra de los billetes a la gente de fuera, pero vamos, con un poco de paciencia todo se consigue (si alguien quiere detalles que me pregunte, no quiero alargar la entrada más de la cuenta).
Pues nada, dejado el equipaje comenzamos la visita por el centro. Conviene llevar una pequeña guía con mapa para no perderse y seleccionar los sitios para ver. El mejor lugar que conozco para comprar guías: la librería “De Viaje” en Serrano, tienen de todo.
Se puede empezar por la Rua Santa Catarina (principal calle comercial, que sale de la Praça da Batalha. Los cafeteros, que hagan una parada en el café Majestic de esa calle), bajando luego a la Avenida de los Aliados y Praça da Liberdade (idéntica a la Plaza de San Wenceslao en Praga), y entrando de camino en el mercado do Bolhao (me encantan los mercados, y más éstos antiguos donde siguen vendiendo animales vivos –pollitos para cría, gallinas, pavos y conejos…-).
Luego habría que echar un vistazo a la Estación de tren de Sao Bento (preciosa), para subir después a la Catedral, disfrutar de las vistas de esa zona, y bajar finalmente al rio (la Ribeira) callejeando por allí.

En la Ribeira habrá llegado el momento de comer (atención que en Portugal comen muy pronto, a la 1 habría que tener ya localizado el sitio donde queramos hacerlo). En esa zona hay varios restaurantes. Lo más típico es el bacalao a la brasa, pero hay de todo (diré de paso que el plato tradicional de Oporto resultan ser ¡los callos!, de hecho los locales reciben por ese motivo el apelativo de “tripeiros”).
Después de comer podemos cruzar el río andando por el tablero inferior del puente de Dom Luiz I, para llegar a la orilla opuesta, al pueblo de Vila Nova de Gaia -en primer plano en la foto de arriba-, lugar donde están las bodegas de vino de Oporto (los viñedos están en el interior del país, traen el vino a estas bodegas para envejecerlo en barricas y exportarlo). En la misma orilla del río se encuentran varias de las más conocidas (Sandeman, Ramos Pinto…). De las que están más alejadas, la más bonita es la Taylor´s, pero para verla hay que subir bastante (los aventureros, que cojan el autobús 32, que deja cerca). Interesa visitar varias porque cada una tiene su gracia. Es característica la cogorza con la que puedes terminar después de dos o tres visitas probando “buenos caldos.”
Para los que compren vino, que tengan en cuenta que lo tendrán que facturar. En el aeropuerto hay posibilidad de comprar vino después de pasar los controles, saldrá más caro pero lo puedes llevar contigo en cabina y evitar la facturación.
Otra posibilidad para la tarde (quizás compatible con una visita rápida a las bodegas) es hacer un pequeño crucero por el río, hay uno que pasa por debajo de los puentes y dura una hora o así. Eso sí, para hacer las dos cosas habría que llevar estudiados los horarios del barco y de las bodegas con antelación.
Para cenar hay sitios en la propia orilla de Vila Nova de Gaia, cerca de las bodegas. En la Taylor´s hay un buen restaurante (la bodega tiene página web, pero no puedo poner el link por problemas técnicos).
Al día siguiente, domingo, el centro estará vacío, los comercios cerrados y la gente en las playas (en temporada y con buen tiempo, claro). Habrá que dejar otra vez el equipaje en consigna antes de salir. Se puede hacer un paseo muy bonito por la orilla del río Duero, llegar a la desembocadura (la “foz”), y luego seguir bordeando el mar hacia el norte hasta una pequeña fortificación (“Castelo do Queijo”).

El trayecto hasta la desembocadura es largo, así que ya tenemos un motivo (por si hiciera falta alguno) para coger ¡el tranvía! Hasta hace unos años todavía circulaban esos amarillos, antiguos, espero que hayan tenido la cabeza suficiente para conservarlos.
Habría que hacer lo siguiente: caminar desde el hotel hasta la iglesia de los Clérigos (con famosa torre que se puede visitar, aunque creo que las escaleras son estrechísimas). Detrás hay una placita (“Carmo”), donde se coge el tranvía nº 18 hasta la orilla del río (no hay pérdida, se hace el trayecto completo). En la orilla cogemos otro tranvía, en nº 1, hasta la desembocadura. Allí echamos pie a tierra y seguimos nuestro camino, por la línea de la costa, hasta el Castelo do Queijo, a lo largo de una avenida rodeada de jardines en el lado del mar, y de antiguas mansiones en el lado del interior. Junto al castillo permaneció muchos años, varado en las rocas y apuntando hacia el cielo, la proa de un petrolero que allí naufragó en uno de tantos temporales. Era bonito de ver, pero ya lo quitaron.
A estas alturas del día nos estará apretando la gazuza, así que toca comer. Recomiendo ir a una zona de restaurantes que está junto al puerto marítimo de Leixoes, en un pueblo llamado Matosinhos que comienza poco más allá del Castelo do Queijo. Desde el castillo esa zona de restaurantes no queda muy lejos (30/40 minutos andando), pero si ya venimos apalizados será mejor pillar un taxi. Hay que pedir que te lleven a los restaurantes de la Rua Herois de França. Se come bien y barato, sobre todo pescados a la brasa (sardinas particularmente). Al parecer es una zona muy conocida por la gente de Vigo, que lo tienen al lado.
Después de una buena zampa, tocará volver un rato al centro a despedirse, ir al hotel a recoger las cosas, y dirigirse al aeropuerto. A la noche ya estaremos en casa, con la sensación de que ha sido todo un sueño y listos para atender de nuevo a nuestros clientes con alegría…