Sobre el manido tema de la crisis, llevo tiempo con una idea en la cabeza que me gustaría compartir con los lectores del blog.
Según la perspectiva ortodoxa del asunto, España se encuentra inmersa en una grave crisis económica y en el peor posible de sus momentos.
Quienes tienen una visión “radical” –por llamarlo de algún modo- del tema, consideran que la raíz del problema se encuentra en el sistema politico-económico, que habría fracasado. Abogan, en consecuencia, por un cambio de sistema. A grandes rasgos, sería la opinión que -en España- mantienen Izquierda Unida, o los famosos “indignados”.
Quienes son partidarios del sistema, por el contrario, entienden que la crisis obedece a un problema coyuntural: básicamente, a la interrupción del crédito. Defienden la necesidad de adoptar “políticas de crecimiento”, burdo eufemismo para no utilizar las palabras “aumentar la deuda”, o “darle a la maquinita de hacer dinero”. También a grandes rasgos, es la opinión de los principales partidos políticos (PP, PSOE, UPyD, CIU, PNV).
La idea que pretendo compartir sería una perspectiva más bien heterodoxa del asunto. Y esta idea es la de que España se encuentra atravesando un momento magnífico de su Historia.
Evidentemente, quienes vivimos en el país tenemos más dificultades que unos años atrás. Mucha gente se enfrenta a situaciones muy graves (pérdida de empleo o de vivienda), y el resto de los ciudadanos también tenemos, en mayor o menor medida, nuestros propios problemas. Todo esto ya lo sé, porque lo veo y lo vivo todos los días.
Pero no estoy pensando ahora en la concreta generación que en el momento presente habita el país, sino al país entendido como entidad o cuerpo social que trasciende a las generaciones. Es en este segundo sentido en el que pienso que España se encuentra en un buen momento.
Una explicación resumida de esta idea, sería la siguiente. El diagnóstico ortodoxo anterior me parece bastante simplista (al menos en lo referido a España, que es lo que conozco). Y es que la crisis económica –que indudablemente existe-, no es una causa, sino un mero efecto. Es un síntoma. La causa que se encuentra detrás de la crisis económica es una crisis política. Y esta crisis política también tiene su propia causa que la precede y genera: una crisis ética en la población. En esta crisis ética es donde se encuentra la raíz verdadera del problema.
Para empezar, es muy fácil constatar que el origen de la crisis económica se encuentra en una crisis política. Por poner un único ejemplo, y no extenderme todo lo que podría, me limitaré a recordar lo que ha ocurrido con las entidades bancarias. Los bancos privados españoles no han necesitado recibir ayudas del Estado. Tienen problemas, pero los están solventando por sus propios medios (básicamente, a costa de sus clientes), sin necesidad de recabar dinero del contribuyente. Han sido exclusivamente las cajas de ahorros, gestionadas por los políticos -con criterios políticos y no profesionales-, quienes han generado un agujero negro financiero de tal calibre que el Estado no ha podido cubrirlo por sus propios medios, viéndose obligado a pedir el auxilio de la Unión Europea (el famoso rescate).
Los políticos, que no son tontos, rápidamente transformaron las "cajas" en "bancos" cuando aquéllas colapsaron. De este modo, todas las entidades -tanto las que han recibido ayudas públicas como las que no- se denominan formalmente “bancos” hoy en día, lo que da pie a que se difumine el origen político del agujero y se confunda con un origen meramente financiero o bancario. Pero con este cambio de nombre no engañan a quienes no nos queremos dejar engañar: la realidad es que estamos pagando una ruina causada esencialmente por los políticos.
Utilizo aquí el concepto de “política” en un sentido amplio, extensible a cualquier ámbito de dirección y toma de decisiones. En este sentido, me refiero también al mundo de la empresa privada. Y al igual que las decisiones de los políticos españoles han sido por lo general nefastas –motivadas muchas veces por el exclusivo interés individual de la reelección, o por su enriquecimiento personal, y no por el interés general-, también las decisiones de los empresarios se han dirigido, por lo general, a obtener un enriquecimiento rápido con el menor esfuerzo posible, y no a la voluntad de crear una empresa con la que obtener un beneficio a largo plazo como consecuencia derivada de una innovación o de una aportación genuina al progreso general de la sociedad.
Pero dentro de esa amalgama de “actuaciones directivas”, quienes más daño o beneficio pueden causar con sus decisiones y actitudes son, indudablemente, quienes más responsabilidades tienen. Y éstos son, fundamentalmente y antes que los empresarios, los políticos, que son quienes cuentan con el inmenso poder de escribir lo que quieran en el Boletín Oficial de rigor.
Hasta este punto del razonamiento se ha llegado con frecuencia, para terminar concluyendo que la culpa de todo lo que ocurre es de los políticos.
Pero esa conclusión no deja de ser, también, un poco simple. Y sobre todo muy sencilla, demasiado. Debemos avanzar un poco más.
Si viviésemos en una dictadura, si una persona se hubiese alzado con el poder contra la voluntad de los ciudadanos y estuviese tomando todas las decisiones políticas, podríamos con toda justicia echarle la culpa de todos los males del país.
Ahora bien, en España existen 400.000 políticos electos (o al menos esa es la cifra comúnmente aceptada). Y no se trata de 400.000 marcianos aterrizados en una meganave espacial, sino de 400.000 españoles como cualquiera de nosotros.
Indudablemente, se trata de un número lo suficientemente elevado como para que pueda considerarse –aunque sólo fuera por razones numéricas o estadísticas- como una muestra representativa del conjunto de la población española.
Pero ocurre, además, que se trata de personas a quienes hemos votado; esto es, son personas a quienes los españoles hemos elegido libremente por considerar que son nuestros más válidos representantes.
Pero ocurre, además, que se trata de personas a quienes hemos votado; esto es, son personas a quienes los españoles hemos elegido libremente por considerar que son nuestros más válidos representantes.
Toca, pues, dejar de echar balones fuera, y mirar a nuestro interior. ¿Acaso los políticos actúan de manera diferente a como actuamos los ciudadanos al tomar nuestras decisiones personales? ¿Acaso nosotros sacrificamos siempre nuestros intereses personales por el interés general?
En mi opinión, la respuesta es que no. Los ciudadanos, a nuestro nivel, actuamos de forma muy parecida a como, a su nivel, lo hacen los políticos. No es una diferencia de esencia, sino de magnitud. Ellos hacen más daño sólo porque están en una posición más determinante, no porque sean peores.
Otra forma de verlo: si todos los españoles tuviésemos una ética individual intachable, sería matemáticamente imposible que existiese un solo político corrupto. Y si no fuesen “todos” los españoles los que tuvieran esa ética, pero sí al menos una “gran mayoría”, se podría llegar a colar algún político corrupto entre los 400.000 elegidos, pero difícilmente todos los políticos corruptos que existen.
En definitiva, la causa de la crisis política se encuentra en la previa crisis ética que afecta a los ciudadanos.
Y ahora viene la parte buena de la historia.
En los últimos tiempos, cuando uno abre un periódico o pone las noticias en la tele, se encuentra ante un desfile de “escándalos” que son objeto de enjuiciamiento por los jueces y tribunales. Todos conocemos a sus protagonistas, empezando por la familia real, continuando por representantes políticos de todo género y condición, y terminando por chorizos de medio pelo que prosperaron en la época de bonanza económica.
Sin duda, esta sucesión de relatos sobre las chorizadas producidas se puede hacer a veces cansada, por repetitiva. Pero, desde mi punto de vista, ESTO ES SENCILLAMENTE GENIAL, porque constituye justamente el tratamiento necesario y preciso para la enfermedad real que padece el país.
Esa cantinela de las “políticas de crecimiento”, o de los sistemas político-económicos alternativos, me parecen bobadas que se inventan los políticos para desviar la atención de la gente hacia los temas accesorios, y salvar su culo en las cuestiones fundamentales. Como en la celebérrima frase de "El Gatopardo", que todo cambie para que todo siga como está.
Lo verdaderamente eficaz -aunque sea a fuerza de ejemplo y repetición constante-, es que se grabe a fuego en conciencia de la gente que saltarse las normas establecidas, en beneficio de uno mismo y en detrimento del conjunto de la sociedad, es algo intrínsecamente malo. Sin excepción.
Y como creo que estamos en ese proceso de grabación, pienso que el momento es muy bueno.
Mi confianza, de todas formas, es limitada, pues los mecanismos mentales de auto-justificación son espectaculares. Mucha gente es capaz de indignarse con el malvado Urdangarín, y acto seguido falsear cualquier requisito para obtener alguna subvención pública, o pedir un servicio sin factura para evitar el IVA, etc.. Sin darse cuenta que, en el fondo, se trata de lo mismo.
En realidad, no confío demasiado en que los adultos vayamos a cambiar. Los adultos no cambiamos. Pero sí creo, o quiero creer, que este bombardeo mediático centrado en la condena a la corrupción puede provocar entre los más jóvenes una intolerancia absoluta ante el choriceo, el engaño, y la desidia en la gestión, llevándoles a guiar su conducta conforme a esa posición ética.
De ocurrir esto así, el momento actual de España sería infinitamente mejor que el pasado reciente –pasado en el que, al calor del crédito fácil, toda desidia o chorizada pasaba desapercibida mientras la economía iba supuestamente sobre ruedas-, y el futuro se presentaría muy prometedor.
Si unos españoles decentes comenzaran a elegir a unos políticos decentes, la economía funcionaría de maravilla.
Y sin duda ocurrirá que dentro de unos cuantos años la presente lección se olvidará, volveremos a vivir un tiempo de falsa bonanza, y finalmente nos encontraremos en una situación similar a la actual. Eso es una consecuencia necesaria del carácter cíclico de la Historia.
Pero si mi diagnóstico de la situación es el correcto (esto es, si todo lo que llevo escrito no fuera una sarta de tonterías sin sentido..), España se encuentra, ahora mismo, en la fase ascendente de la curva que representa los ciclos a largo plazo. ¡En un momento magnífico!