jueves, 20 de septiembre de 2012

Jon Krakauer: "Mal de altura"

Hace unos días terminé de leer un libro que me ha encantado. Se titula “Into thin air” -traducido al español como “Mal de altura”- (Ed. Desnivel, edición de 2008) obra del escritor/periodista/alpinista Jon Krakauer. Este libro es la “crónica de una tragedia en el Everest”, ocurrida durante la temporada de escalada del año 1996. Fue publicado pocos meses después de los hechos.

El autor trabajaba entonces para una revista de montañismo. La revista le propuso que escribiese un artículo sobre la creciente explotación comercial del Everest. Para ello debía unirse a una expedición comercial (estas expediciones que llevan a la gente a la cima a cambio de un dinero), y contar desde dentro sus experiencias.

Y al tipo le sonrió la fortuna -periodísticamente hablando-, porque ese año y en su presencia se desencadenó una tragedia. Un día de buen tiempo coincidieron en la cumbre varias expediciones (unas treinta personas en total). A primera hora de la tarde, cuando todavía había escaladores en la cumbre o incluso llegando a ella, se desató repentinamente una tormenta. Murieron en total ocho personas, y otras cuantas salieron de allí con congelaciones más o menos graves.

El libro trata, en diversos pasajes, sobre un problema recurrente en el montañismo, que se puede hacer extensivo a muchas otras esferas de la vida.

Se trata de lo siguiente. La meta del alpinista cuando sube la montaña es, cómo no, alcanzar la cumbre. Sin embargo, existe (o debe existir, en una mentalidad racional) una meta superior a la anterior, que es la meta de volver a tu casa con vida.

La experiencia ha demostrado sobradamente que resulta muy peligroso hacer cumbre más tarde de una determinada hora (la hora dependerá de la cumbre que sea, de la distancia al último campamento, etc.., pero en general será en torno a la primera hora de la tarde), pues muchos accidentes mortales se producen en el descenso, cuando al montañero se le hace de noche, o le sobreviene un cambio de tiempo, o se le acaba el oxígeno, o simplemente le abandonan las fuerzas.

A medida que el objetivo se encuentra más cerca, más al alcance de la mano, se hace más fuerte el impulso de llegar a la cumbre, y más difícil tomar la decisión de parar y dar media vuelta; esta proximidad a la cumbre, unida a la circunstancia de que a ocho mil metros de altura parece ser que no se piensa con claridad, provoca que, con cierta frecuencia, los alpinistas supediten la meta superior (el regreso a casa), a la consecución de una meta que es -o debería ser- inferior (llegar a la cumbre).

Y aquí estaría la enseñanza o moraleja general: no hay que perder nunca de vista los objetivos finales de cada uno, ni sacrificarlos por objetivos intermedios que previamente –con la cabeza fría- no se habían definido como finales. Y que resulta crucial mantener la “razonabilidad de las expectativas”, como dijo Roberto una vez.

El autor del libro consiguió coronar antes del límite horario que los integrantes de su expedición se habían autoimpuesto –límite que no todos respetaron-. Tuvo muchos problemas en el descenso, pero finalmente sobrevivió. Otros montañeros fallecieron, en medio de una confusión generalizada sobre la situación y los movimientos de cada uno, provocada por la tempestad y por la noche.

El autor se entrevistó posteriormente con todos los testigos presenciales que pudo localizar, y trató de reconstruir pormenorizadamente los acontecimientos según ocurrieron. Se produjeron diversos conflictos morales derivados, básicamente, del riesgo y sacrificio personal que supone ayudar a un semejante a ocho mil metros de altura. 

La versión de los hechos contenida en el libro fue rebatida por otro de los montañeros presentes (el kazajo Anatoli Boukreev), que dio su propia versión en un libro publicado un año después ("The Climb", traducido al español como “Everest 1996”, Ed. Desnivel). Tras la publicación de este segundo libro, Krakauer escribió una nota de complemento a su libro inicial, contestando a las objeciones planteadas por Boukreev. La polémica no duró mucho porque Boukreev se mató muy poco después en el Annapurna. No he leído (todavía) el libro de Boukreev, pero por la contestación que dio Krakauer deduzco que no hay apenas divergencias entre ambos en cuanto a los hechos ocurridos, sino que la discusión se refiere más bien a la atribución de responsabilidades por la tragedia. 

En la época en la que escribió el libro, Jon Krakauer era un buen alpinista, pero no un “profesional” (si es que se puede decir así). Había escalado montañas complicadas, pero nunca de tanta altura. Cuenta en su libro que él, al igual que muchos otros alpinistas aficionados, había perdido el interés por el Everest cuando la montaña comenzó a popularizarse, y a ser escalada por personas muy poco preparadas, o de mucha edad, merced a los servicios prestados por las expediciones comerciales sobre las cuales trataba precisamente el artículo que debía escribir originalmente. Compartía la opinión general de que el Everest era una montaña fácil que ya podía ser escalada casi por cualquiera. 

¿Montaña fácil? En youtube hay algunos vídeos muy ilustrativos sobre la arista final que hay que salvar para llegar a la cita del Everest (se aprecia en esto video también la romería de gente que por allí circula… habrá mucho valiente en este mundo, pero yo no llamaría “fácil” a esa arista) 

Y en este último video, la arista final aparece a partir de 1:40.

12 comentarios:

Myriam dijo...

¡Qué locos! sólo de ver los videos hasta yo me puse nerviosa.

Alguna vez vi un documental precisamente de eso que cuentas, de que con la falta de oxigeno y el cansancio los alpinistas pierden la noción de lo correcto y quieren seguir más adelante ignorando las indicaciones de quienes los cuidan y los guían desde abajo, de hecho en ese documental muestran como definitivamente tienen que dejar ahí a un tipo que no resistió más y tampoco lo pueden llevar arrastrando hasta abajo.

Que cosa tan rara ese gusto por ponerse a un paso de la muerte de esa manera tan fría y cruda, debe de haber un porqué o algún placer muy profundo en todo ello pero yo como soy ajena a eso no lo puedo entender.

Excelente tu entrada, me gustó.

Mariposa en vuelo dijo...

Me ha encantado como el Everest es una metáfora de la vida. Me hacía falta leer lo de los objetivos intermedios y finales. Realmente dio justo en el clavo de lo que necesitaba leer.
Respecto al libro, no sé si sería capaz de leerlo, tengo un sobre-respeto por la nieve, la encuentro imponente, inabarcable, inconquistable. Pienso en Sueños de Akira Kurosawa o en las tragedias que han ocurrido en la cordillera de los Andes. Mis respetos a las alturas y a la nieve.

Víctor dijo...

Hola Myriam.. pues mira, yo tiendo a ser bastante racional y opino lo mismo que tú sobre lo absurdo que resulta poner la vida en juego por cosas poco importantes.. y sin embargo, de alguna forma entiendo ese impulso de subir una montaña.

No diría que desde el campamento base cuidan o guían a los montañeros. Cuando llegan muy arriba, no es posible ninguna ayuda. Están todos tan al límite que sólo pueden cuidar de si mismos.

Esta conversación me ha dado ganas de subir al Popo, jeje..

Un abrazo

Víctor dijo...

Hola Mariposa.. pues me alegro que te haya gustado la reflexión. En realidad, el libro no filosofea mucho, jeje, ha sido a mi que me ha dado por ahí. :-)

Yo la nieve la asocio más bien a paz y tranquilidad. Me gusta la sensación de completa quietud y silencio que rodea a una nevada recién caída. El hecho de que, en determinadas circunstancias, te pueda matar, supone una gran contradicción.

Un abrazo

Mariposa en vuelo dijo...

Supuse que la reflexión no pertenecía al libro, así que quizás debí ser más específica y decir que me ha gustado la forma en que has construido una metáfora a través de un libro que es más bien un relato de sucesos.
Respecto a lo otro, por más que trato de pensar la nieve como paz y tranquilidad, no puedo. La nieve me asusta... y sólo vienen a mi mente más hechos de tragedia...

Roberto dijo...

Víctor, gracias por citarme en tu texto. Me parece que eso de "la razonabilidad de las expectativas" es algo en lo que uno debería pensar antes de dedicarse a algunos deportes como el montañismo, por ejemplo. En mi opinión, algunos casos extremos como el boxeo, las carreras extremadamente largas o las extremadamente cortas, el rugby, etc, no parecen perseguir una mejora de la salud. Y creo que este debería ser el objetivo principal del deporte.

Vayan para ilustrar algunos detalles:

1. Yo tenía un alumno que pertenecía a la selección juvenil de rugby de la Argentina, los "Pumitas": me contó que iba por su fractura número 32.

2. Después de una carrera extremadamente larga, el tiempo de recuperación es extensísimo: uno se ha probado a sí mismo que puede correr varias decenas de kilómetros pero, evidentemente, el cuerpo no queda en un excelente estado.

3. Las carreras de 100 y 200 metros, tan atractivas ellas, requieren una respuesta condicionada automática a la señal de largada: eso no me parece que sea algo que lleve a mejorar la salud.

4. El boxeo... bueno: es obvio.

No te aburro más, Víctor. Creo que esto que escribí podría llevar como título (al revés que la canción del brasileño Roberto Carlos...) "Cosechando enemigos..."

Un abrazo desde Buenos Aires.

Víctor dijo...

La clave debe estar en quién se encuentra en su medio, y quién no. En la ciudad, la nieve es inofensiva y pronto desaparece. En la montaña, cambian las tornas, y mejor tener mucho cuidado con ella, sí.

Un abrazo

Víctor dijo...

jaja, Roberto, en efecto, te vas a buscar la ruina con este comentario entre los lectores de este blog, varios de ellos consumados deportistas..

Pero creo que te equivocas en una cosa. El objetivo del deporte no es la salud (realmente no afirmas que lo sea, sino que debería serlo, pero el sentido de tu argumento va por ahí..).

Creo que el objetivo del deporte es la obtención de un placer, o una satisfacción, por parte de quien lo practica, aunque sea a costa de la salud (como cualquier otra actividad humana voluntaria, por otra parte).

A través del deporte
genera uno adrenalina, endorfinas, etc.. sustancias que le hacen sentirse bien. Por ello, en su fundamendo último, la práctica del deporte se puede equiparar al tabaquismo, o a la drogadicción..(jajaja, yo quiero tener un millón de amigos la la la...)

Un abrazo

PD.. Acabo de buscar en internet la definición de endorfinas, y mira que frase tan interesante aparece en la wiki: "Son producidas por la glándula pituitaria y el hipotálamo en vertebrados durante el ejercicio, la excitación, el dolor, el consumo de alimentos picantes o el consumo de chocolate, por ejemplo, el enamoramiento y el orgasmo, y son similares a los opiáceos en su efecto analgésico y de sensación de bienestar."

Creo que esto podría servir para explicar los ejemplos que mencionas en tu comentario..

Levemente dijo...

En mi caso Roberto ha cosechado una amiga. Pienso lo mismo. El deporte debería ser, ante todo, una fuente de buena salud; física y mental. Por ejemplo... un deporte que cada vez está más de moda, el triatlón, tiene una modalidad llamada "Iroman" que, desde el punto de vista fisiológico, es una auténtica salvajada. Y, si me apuras, desde el ámbito económico también. Más de una inscripción para competir (y lo que lleva aparejado en equipo y demás) cuesta un ojo de la cara (o los dos). Por no mencionar que también aumenta el grado de tontería. Se dice que se compite “contra” uno... para conocer el propio límite... parar mejorar como personas, pero no es verdad. No siempre. Muchos compiten para, simplemente, “superar” a otros. Y posiblemente ni sean conscientes de ello. Lo escucho, cada vez más, en participantes de tal disciplina que comienzan a cansarse del ambiente que rodea y envuelve al evento deportivo, optando por volver a las carreras populares, que indican son más “sanas”; y entiendo que no piensan precisamente en la salud física cuando refieren el término.

En fin, como en todo, hay grados y medidas... ¡y opiniones!

Víctor dijo...

Hola Leve. Sip, aparte de la satisfacción puramente física de las endorfinas, ciertos deportes como el que mencionadas debe producir también una satisfacción mental derivada de competir contra los demás y (a ser posible) ganarles. En ese aspecto las carreras populares (como las que practican Ángel y Myriam), o la natación marina (ejem), parecen actividades mucho más sanas.

Un abrazo

Roberto dijo...

Creo, Víctor, que después de nuestra búsqueda común de un millón de amigos (que es un objetivo que no parece vayamos a cumplir) debemos empezar a buscar un pequeño lugar en algún pueblito de Asia (en ese país que tú sabes) para retirarnos por un tiempo.
Al menos hasta que algunos de nuestros comunes lectores olviden... o perdonen.

Abrazo desde Buenos Aires.


Víctor dijo...

jeje, menos mal que tenemos pocos lectores Roberto. Si fuéramos "populares", ciertos comentarios serían escándalo mundial, trending topic en twitter, y no sé cuántas historias más..

Un abrazo