Joseph Ratzinger: “Mi Vida”, 1997
Günter Grass: “Pelando la cebolla”, 2006
Joachim Fest: “Yo no: recuerdos de niñez y juventud", 2006 (título traducido en España como “Yo no: El rechazo del nazismo como actitud moral”).
Añado algunos vínculos para quien desee información adicional sobre Grass y Fest, y sobre los hechos de los que hablo en esta entrada: una referencia a la vida y obra de Grass en la página oficial de los Premios Nobel (inglés), el obituario que se publicó sobre Fest en la revista Der Spiegel (alemán), biografía de Fest (español), y noticia periodística sobre la polémica suscitada entre ambos (español). Naturalmente, puede encontrarse mucha más información en internet.
Se trata de tres personajes conocidos, cuyo posicionamiento personal en la época nazi fue muy debatido hace dos o tres años, al menos en Alemania. Grass y Fest fueron los protagonistas indiscutibles de esta discusión, que a Ratzinger sólo alcanzó de pasada.
Joseph Ratzinger no necesita mucha presentación: es el actual Papa Benedicto XVI.
Günter Grass es un escritor reconocido (Premio Nobel de Literatura en 1999), representante del pensamiento de izquierda en Alemania.
Y Joachim Fest fue un historiador especializado en la época nazi (autor, por ejemplo, del libro en el cual se basa la reciente película “El hundimiento”, sobre los últimos días de Hitler), y director durante muchos años de uno de los principales periódicos de Alemania, el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Ha sido un representante del pensamiento liberal-conservador en Alemania; falleció en septiembre de 2006, coincidiendo con la publicación de su autobiografía.
Los tres personajes nacieron en un intervalo de tiempo inferior a un año: Fest en Berlín, en diciembre de 1926; Ratzinger en un pueblecito de Baviera, en abril de 1927; y Grass en Danzig (actualmente Gdansk, Polonia) en octubre de 1927. De modo que durante los dos últimos años de la segunda guerra mundial (1944 y 1945), los tres tenían entre 17 y 18 años.
Los dos primeros (Ratzinger y Grass) se conocieron poco después de terminar la guerra, al coincidir brevemente en un campo de prisioneros americano. Los dos segundos (Grass y Fest), fueron rivales durante muchos años como representantes públicos de corrientes políticas opuestas.
En realidad, la polémica generada entre Grass y Fest, a cuento de las autobiografías que ambos publicaron en 2006, fue la manifestación de su vieja rivalidad política preexistente.
Curioseando un poco internet (en los vínculos que he puesto más arriba, y en algunos otros) se descubre un debate que se produjo entre Fest y la izquierda en general sobre el origen del nazismo, que nos sirve como ejemplo de esa rivalidad.
Hablando genéricamente, se puede afirmar que la izquierda suele atribuir a la organización o estructura económica de las sociedades un papel determinante en la evolución histórica, mientras que la derecha tiene más tendencia a reconocer el papel determinante que puedan desempeñar determinados individuos excepcionales en el curso de la historia. En el caso del nazismo, se reproducían estas visiones contrapuestas: la izquierda (Grass) atribuía su origen a causas económicas -la Gran Depresión que siguió al crack del 29, la hiperinflación subsiguiente-, mientras que la derecha (Fest) lo atribuía a la personalidad magnética de Hitler y a su capacidad para generar en el pueblo alemán una ilusión colectiva.
Así las cosas, cuando Fest dirigía el Frankfurter Allgemeine Zeitung decidió publicar una serie artículos escritos por historiadores de diferentes tendencias políticas, que ofreciesen las distintas versiones que existían sobre el origen del nazismo; uno de los elegidos por Fest fue un tal Ernst Nolte, que pasaba por ser un representante de la extrema derecha. En su artículo, Nolte sostenía que el nazismo se había originado por motivos estrictamente políticos, como una reacción frente al comunismo en Rusia; la izquierda consideró que esta teoría pretendía justificar el nazismo, que era “revisionista”, y atacó a Fest como responsable último de la publicación del artículo. Otros trabajos de Fest, como una biografía de Albert Speer (el arquitecto preferido de Hitler, y Ministro de armamento durante la guerra), también fueron muy criticados por la izquierda, que los consideraba cuando menos condescendientes con la época nazi.
Vistos estos antecedentes, repasemos las autobiografías de estos personajes por orden cronológico.
En 1997 se publicó la autobiografía de Ratzinger.
En ella habla fundamentalmente de su evolución teológica y de su carrera en la jerarquía eclesiástica, y muy poco de su etapa de juventud –que es la que me interesa para este comentario-. Cuenta que su padre era polícía de profesión, ferviente católico y contrario al nazismo. Si bien era policía, sus creencias personales no le planteaban demasiados problemas en su servicio al Estado, pues como vivían en un pueblo pequeño y partidario por completo del nuevo régimen, no se le presentaba la ocasión de actuar en contra de sus convicciones (no había por allí enemigos políticos o judíos a quienes perseguir).
Ratzinger estuvo afiliado a las Juventudes Hitlerianas (pues era obligatorio al llegar a una cierta edad), luego se incorporó al servicio de defensa antiaérea (primer destino de los chicos de 17 años), y finalmente fue llamado a filas en el ejército (después de negarse a ser “voluntario” en las SS, alegando su condición de seminarista).
De su estancia en el campo de prisioneros americano después de la guerra no cuenta nada, sólo cita el episodio muy brevemente. No menciona que coincidiese allí con otro soldado llamado Günter Grass.
Ratzinger se manifiesta como un opositor al régimen nazi por motivos religiosos (al igual que su padre), oposición que apenas pasó de una mera negación intelectual.
De su libro destacaría dos ideas interesantes. Por un lado, la noción del nazismo como religión –y no sólo como movimiento político-, que albergaba la pretensión de “descontaminar” a Alemania de una religión no germánica (el cristianismo, de origen judío nada menos), que debía ser eliminada.
Y por otro lado, me ha llamado la atención una frase que utiliza al hablar sobre la relación entre la escuela confesional (católica) y la escuela pública (nazi), y sobre la defensa que los obispos intentaron realizar de la primera frente a la segunda, al principio del nuevo régimen, alegando la vigencia y debida aplicación del Concordato. Cuenta Ratzinger que esa defensa no tuvo éxito, por encontrarse ya ganados para el régimen la mayor parte de profesores y alumnos, y al explicar esta situación dice lo siguiente: “Ya entonces empecé a darme cuenta de que con la lucha en defensa de las instituciones, [los obispos] desconocían en parte la realidad. Porque, en efecto, la sola garantía institucional no sirve para nada, si no existen las personas que la sostengan con sus propias convicciones personales”. Me parece una idea interesante y de aplicación universal, más allá del mundo religioso.
En cualquier caso, la autobiografía de Ratzinger pasó desapercibida cuando salió en 1997, pues aunque fuera ya entonces un personaje muy importante dentro de la Iglesia, no era Papa.
La polémica se desencadenó en el año 2006, cuando se publicó la autobiografía de Grass.
En ella confesaba que, en su juventud, había sido un nazi convencido, que había pertenecido a las Juventudes Hitlerianas (algo obligatorio, como antes decía), que a los 17 años se había alistado voluntariamente, y que había servido en una unidad de las Waffen-SS (que era la rama militar de las SS; conviene precisar que las Waffen-SS eran unidades que en su gran mayoría servían en el frente, y nada tenían que ver con las unidades de la SS que custodiaban los campos de concentración; salvo que, en última instancia, pertenecían a la misma organización del partido nazi, y no al ejército regular). Cuenta Grass en el libro que se había presentado voluntario para servir en los submarinos, pero que acabó destinado en las SS sin haberlo pretendido.
A esas revelaciones contestó Fest (que tenía con Grass sus cuentas pendientes, como antes hemos visto) criticando a Grass no tanto que hubiese pertenecido a las Waffen-SS con 17 años, sino que, en edad adulta y durante 60 años (en los cuales se había erigido como referencia moral en Alemania), hubiese ocultado las convicciones nazis que había tenido en su juventud.
Ese mismo año 2006 publicó Fest también su autobiografía (supongo que ya la estaría preparando, no creo que la publicase como respuesta a la de Grass), en la que cuenta sus propias experiencias durante esos años de la guerra.

En cuanto a estos dos libros de la polémica (dejando ya a un lado el de Ratzinger), desde el punto de vista literario diría que es mejor el libro de Grass. Va desmenuzando su vida poco a poco, profundizando en sus recuerdos como si pelase una cebolla (de ahí el título de la obra), capa por capa. Apenas se reconoce en su época de juventud, por lo que cuenta su vida en tercera persona, como si se tratase de otro. El libro de Fest, en cambio, es mucho más preciso en la descripción de los hechos, tanto sobre detalles personales como sobre las ideas propias y ajenas; sin duda es un reflejo de su condición de historiador, frente al novelista que es Grass.
Grass nos cuenta su evolución personal, desde los primeros recuerdos en su Danzig natal, hasta que comenzó a triunfar como escritor. El tema de su pasado político no tiene demasiada relevancia en el conjunto del libro, lo que prima verdaderamente es el relato que hace de muchas intimidades de su vida, de su familia, de sus amores, etc…. Revela además la relación existente entre muchas experiencias personales suyas, y los acontecimientos o personajes que aparecen posteriormente en sus libros, por lo que resultará muy interesante la lectura de esta autobiografía a quienes conozcan ya su obra; a quienes, como yo, no se hubieran leído antes ningún libro de Grass, nos sirve para familiarizarnos con su bibliografía.
También parece un libro muy sincero, pues gran parte de las cosas que cuenta no le hacen quedar muy bien precisamente. Describe una mala relación con su familia –especialmente con su padre-, unas relaciones bastante egoístas con las mujeres, o un comportamiento no muy valiente mientras estuvo en el ejército.
Menciona con cierta reiteración un episodio en el que recuerda haber jugado a los dados con Ratzinger en el campo de prisioneros… es realidad es una anécdota con muy poca entidad y escasa conexión con el resto del relato, cuya repetición no se explica si no es porque quiere hablar de Ratzinger a toda costa (aunque lo haga sin citar su apellido), lo cual desprende un cierto tufillo a técnica comercial.
El libro de Fest es radicalmente distinto. Se centra únicamente en el período del nazismo, y apenas cuenta nada sobre su vida posterior. En realidad, habla fundamentalmente de su padre. Cuenta que su padre era un hombre muy involucrado en política en la época de la República de Weimar, católico, y que vio venir a Hitler como quien viene venir al demonio. Su padre se manifestó en contra de Hitler y por ese motivo le expulsaron del colegio donde trabajaba, y le prohibieron cualquier servicio al Estado. Pese a que la situación económica y social de la familia empeoró considerablemente, el padre se negó a dar su brazo a torcer –incluso aunque su esposa, y madre de Fest, así se lo pedía- por considerar al movimiento nazi como una ideología inmoral que merecía una oposición radical. Se negó a que sus hijos se afiliaran a las Juventudes Hitlerianas, lo que les acarreó todavía más problemas. Y siguió tratando como siempre a los amigos judíos de la familia.
Fest, por lo que cuenta, reprodujo la actitud crítica de su padre frente al nazismo y así lo exteriorizaba –aunque con prudencia- incluso cuando estuvo en el servicio de defensa antiaérea, y posteriormente en el ejercito. Al ejército se presentó voluntario para evitar que le alistasen “voluntariamente” en las SS, y aún así el padre, al enterarse, se lo reprochó duramente, pues consideraba que la guerra era cosa de Hitler y no de Alemania.
Conociendo estos antecedentes, se comprende mejor la reacción de Fest, al conocer que Grass, un cualificado representante de esa izquierda que le había estado acusando de simpatía o connivencia con los nazis, había formado parte en su día del mismo movimiento nazi que él y su familia había estado combatiendo cuando había que hacerlo.
La lectura de ambos libros resulta muy útil también para conocer la realidad de la época. Se trata, además, de los últimos testimonios directos que vamos a obtener, por la edad que van teniendo quienes vivieron aquellos tiempos turbulentos.
El libro de Grass nos ayuda a entender los motivos que pudieron llevar al ciudadano alemán corriente, a personas buenas y razonables que no eran sádicos ni criminales, a creer en el nazismo. Y el libro de Fest nos muestra cómo las personas con una cierta formación política o intelectual previa –ya fueran de izquierdas o de derechas- pudieron detectar perfectamente la amenaza totalitaria que se cernía sobre Alemania, pero no pudieron evitar su triunfo –caso de haberlo pretendido-, al inclinarse las masas de forma aplastante a favor del movimiento nazi.
Ambos libros nos permiten también conocer la perspectiva alemana sobre algunos acontecimientos históricos, perspectiva que apenas suele asomar, oculta como ha estado -y probablemente sigue estando- bajo el peso de la vergüenza por la responsabilidad de la guerra. Por ejemplo, la sensación de angustia e impotencia al final del conflicto, rodeados por todas partes de enemigos que tenían poderosos motivos para odiarles, que se iban aproximando de todos lados y de los que no tenían escapatoria posible. O las gigantescas deportaciones de población alemana hacia el oeste (la familia de Grass, entre ellos) para ceder territorio a Polonia. O la forma en que se portaron los rusos con la población civil alemana en las zonas que ocuparon(tanto la familia de Grass como la de Fest se vieron afectadas), lo que probablemente condenó de antemano cualquier posibilidad que subsistir que hubiera podido tener esa fenecida República Democrática Alemana.
Resulta asimismo muy interesante la información que se nos ofrece sobre la cuestión judía. Cuenta Fest una curiosa anécdota que revela la visión que tenían los propios judíos del asunto en un principio: cuando el padre insistía a los amigos judíos de la familia que se fueran de Alemania mientras estuvieran a tiempo, le contestaban –con toda razón, aunque equivocadamente visto lo que vino después-, que ellos eran tan alemanes como él, que no tenían por qué marcharse, y que esa petición, aunque bienintencionada, coincidía justamente con lo que pretendía los nazis, que era su desaparición de Alemania. Esto ocurrió, claro está, en los primeros tiempos, antes de que comenzaran las persecuciones.
También pueden compararse las versiones de Fest y de Grass sobre el papel de los alemanes ordinarios, cuando comenzaron las deportaciones de los judíos a los campos de concentración.
La versión de Grass es que los alemanes no tenían conocimiento de nada, que nunca se supo lo que ocurría, que no se informó a la población. Lo que cuenta Fest es que su padre, ante la evidencia de que los judíos –entre ellos conocidos suyos- estaban siendo deportados, se preocupó por averiguar a dónde les llevaban y para qué (a través del servicio exterior de la BBC, y preguntando dentro del propio país), y llegó a saber que les estaban asesinando.
Sobre esta cuestión crucial citaré otro libro, “Si esto es un hombre” de Primo Levi (un judío italiano que sobrevivió a los campos). En un apéndice añadido en el año 1976, incluye una reflexión sobre este tema, que dice así “…pese a las varias posibilidades de informarse, la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber, o más: porque quería no saber. Es cierto que el terrorismo de Estado es un arma muy fuerte a la que es muy difícil resistir, pero también es cierto que el pueblo alemán, globalmente, ni siquiera intentó resistir. En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuesta. De esta manera, el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta. Saber, y hacer saber, era un modo (quizás tampoco tan peligroso) de tomar distancia con respecto al nazismo; pienso que el pueblo alemán, globalmente, no ha usado de ello, y de esta deliberada omisión lo considero plenamente culpable.”
Esas palabras son muy duras, pero me parece reflejan la pura verdad. Afortunadamente, toda la capacidad y diligencia de los alemanes, que se puso entonces al servicio de aquellos fines de destrucción, está hoy volcada en la dirección completamente contraria, y Alemania representa la mejor garantía de la democracia y la libertad en Europa.
Volviendo a los libros, y ya para terminar, hay otro aspecto de la discusión entre Grass y Fest que merece la pena destacar. A primera vista, parece que nos encontramos ante un simple debate (uno más) entre una persona de izquierdas y otra de derechas. Pero si profundizamos en el asunto, creo que podemos sacarle un poco más de jugo a la situación. Observemos que la confrontación se produce entre una persona que primero fue nazi y luego de izquierdas (caso de Grass), y otra que se mantuvo siempre firme en una misma posición política, una ideología que podríamos llamar liberal-conservadora (caso de Fest; casualmente, fest en alemán significa precisamente “firme”).
Desde una perspectiva política, podría aplicarse a Grass esa expresión tan común: que fue un “hombre de su tiempo”; como la mayoría de sus compatriotas, fue nazi en los años 40 y de izquierdas en los años 60 y siguientes.
Fest, en cambio, mantuvo una opinión opuesta a la mayoría de sus compatriotas durante casi toda su vida, tanto en la época nazi como en la época posterior, mereciendo que encabezaran su obituario con las palabras “Der stolze Einzelgänger”, esto es, “el orgulloso solitario”.
¿Qué actitud es más encomiable? ¿La capacidad de adaptación de Grass, o la firmeza de Fest? Supongo que ambas actitudes podrían considerarse, en si mismas, “virtuosas”, pero se me ocurre una importante diferencia entre ambas, y es la siguiente: las personas del tipo “adaptable” (Grass) difícilmente pueden cambiar la sociedad, ya que es la sociedad quien les cambia a ellos; son las personas del tipo “firme” como Fest (carácter atribuible también, a buen seguro, a gente como Hitler, o Lenin, etc...) las que pueden cambiar el mundo, ya sea para bien o para mal. Los primeros, los adaptables, serán magníficos ejecutores de los cambios que provoquen los segundos, los firmes. Y unos y otros actuarán correctamente sólo en función de la justicia de la causa a la que sirvan, ya sea como creadores de ella o como adheridos a la causa creada.
La situación admite, finalmente, un análisis filosófico. No me siento capaz de realizarlo por falta de base teórica, pero sí puedo dejar apuntada esa posibilidad gracias a un librito magnífico que me he leído recientemente –y algún otro día comentaré-, que me ha servido para refrescar conceptos que tenía completamente olvidados desde el colegio.
Relacionando las actitudes personales que antes he diferenciado, con las formas de adquisición del conocimiento humano según la filosofía clásica, podemos entrar de lleno en el debate entre Platón y Aristóteles, o entre el idealismo y el materialismo. Si entre los lectores hay algún filósofo emboscado, le animo a que realice los comentarios oportunos.
5 comentarios:
Hmmm Victor! Acaba de leer tu relato comentado sobre estos trés alemanes. Y la primera pregunta que me ocurre sobre la diferencia entre unos y otros: no tendrán sus diferentes "social backgrounds", alguna explicación para sus actitudes en relacion al momento que les tocó vivir? la influencia de los 3 padres me parece enorme!
Cuando leo sobre estas cosas, me acuerdo siempre de las primeras frases en "The Great Gastby" :
"(...) Whenever you feel like criticizing anyone, just remember that all the people in this world haven't had the advantages that you've had."
Ahora intentaré leer a Fest y Ratzinger para hablar con más conocimento de causa. Sobre este último, déjame contarte una cosa. No sé si sabes que el dia 26 de Abril canonizaron a un Santo portugués, uno de los vencedores de la batalla de Aljubarrota... más que un matamoros, fué un mata castellanos. Buscamos en Benedicto XV, sin duda, alguien inspirador de Benedicto XVI, alguna explicación. Y vimos que aquél habia canonizado a Juana de Arc. Interesante, verdad?
La mente humana és un pozo sin fondo.
Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices sobre la influencia del entorno social. Desde luego, el entorno de Fest era completamente distinto al de Grass. Pero no creo que sea absolutamente determinante ("determinismo social" sería eso, ¿no?), porque al final ves que de una misma familia sale luego gente muy distinta.
El libro de Fest te lo recomiendo, creo que te gustará mucho (aunque no sea santo de tu devoción).
El de Ratzinger no, habla principalmente de la época posterior a la guerra, sobre su carrera eclesiástica, y tiene menos interés (al menos para nosotros).
No sabía lo del santo matacastellanos, jeje, aquí no han publicitado el asunto...
Precisamente estoy leyendo ahora, de Grass, "El gato y el ratón"
De Fest, apenas si tengo referencias y de Ratzinger, pues ni idea, en cuanto a sus escritos.
Pero el estudio que has dejado aquí es muy interesante y deja claras las diferencias entre ellos. Probablemente todas las posturas tengan su razón de ser en el contexto social de la época y de Alemania en particular. No todas las derechas del momento derivaron hacia la locura de Hitler, ni todas las izquierdas se plegaron tan fácilmente al nazismo como los izquierdistas alemanes. Porque de eso también hubo mucho en Alemania en los primeros tiempo del nacional socialismo. Otra cosa es que quedaran personas concretas que nunca lo hicieran, pero las masas acaban imponiéndose a las ideas contrarias, bien sea a la fuerza, cosa que pasó en el país.
Tampoco es que haya una explicación demasiado racional para lo que sucedió en Alemania durante la ascensión de Hitler. Si las izquierdas no se hubieran dejado avasallar, nunca habría pasado.
No soy muy aficionada a las autobiografías, porque no creo que nadie diga toda la verdad, pero buscaré la de Fest, que es al que menos conozco.
Gracias por este concienzudo trabajo. ¡Te lo has currado a modo...!
:)
Un abrazo fuerte.
Hablando precisamente de autobiografías, estoy leyendo, en este momento, la de Barack Obama, escrita en 1995, cuando todavia estaba en la facultad de derecho y habia sido elegido primer presidente afro-americano de la Harward Law Review. El título original es "Dreams from my Father", que el traductor portugués ha convertido en "A minha herança".
No sé si dirá toda la verdad como duda Trenzas de las autobiografías, pero hace un ejercício admirable de búsqueda de su identidad, en suma, de su verdad. Estoy encantada de leerlo; además de escribir bien, muy bien (para mi, of course)te permite entrar en un mundo del que no te haces la mínima idea de cómo verdaderamente es, a no ser por lo que las diferentes propagandas te cuentan. Lo que más me admira es la capacidad de "distanciación" y auto-análisis, en un hombre todavia tan joven.
Te lo recomiendo vivamente, sobretodo para saber tu opinion... je..je...
Si no encuentro por aqui el de Fest, me lo tendrás que dejar tu. Tienes razón, no sé si será santo de mi devoción, ya que por el título presiento alguna falta de humildad y consequente incapacidad de tolerancia. Pero me gustaria leerlo.
Besos
Hola Trenzas & Mati... mi opinión sobre las autobiografías es que pueden ser "veraces" (subjetivamente), pero difícilmente "verdaderas" (objetivamente).. y es que me parece imposible que una persona pueda sustraerse, por más que lo intente, al instinto atávico de olvidar lo que hizo mal, o de racionalizar (justificar) lo que hizo mal y no puede olvidar.
En el mundo del derecho penal, si un acusado hace una manifestación que le beneficia, necesita pruebas que le apoyen (coartada)... pero si dice algo que le perjudica, esa manifestación vale como prueba en si misma (confesión).
Y eso es porque se presume que si alguien reconoce algo que le perjudica, necesariamente tiene que ser verdad... pero no se presume que sea verdad (¡tampoco mentira!) lo que alguien dice en su favor.
Por todo lo anterior, la autobiografía de Grass me parece a priori la más sincera de las tres... aunque no puedo tampoco presumir que la de Fest no lo sea (hay que admitir la posibilidad de que alguien actúe justamente... ¿no es eso lo que intentamos hacer todos nosotros?)
En cuanto a Obama, me parece (como a mucha otra gente, claro) el personaje más interesente de la actualidad, con diferencia. Además, es como un mito que está en proceso de formación, ante nuestros mismos ojos...
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